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La redacción de Teatra vestida y enguantada de negro y tocada con fez turco sentada en un banco a la puerta
del edificio conocido como "El Trasatlántico", en la Residencia de Estudiantes de Madrid.
(De izq. a dcha.) Alfonso Armada, Ernesto Caballero, José Andrés Rojo, Juan Antonio Vizcaíno e Ignacio
García May.
La redacción ennegrecida de Teatra se desplaza desde la Residencia a las instalaciones vecinas del
C.S.I.C. (Consejo Superior de Investigaciones científicas).
Teatra africana en marcha, se encamina al paredón de los disparos fotográficos para la memoria de la
revista.
Teatra al paredón. (De izq. a dcha.) José Andrés Rojo, Juan Antonio Vizcaíno, Ernesto Caballero, Alfonso
Armada. (De espaldas): Ignacio García May y Javier Vallejo.
Cartelón africano pintado por Alfonso Berridi para la velada africana de Teatra. En la imagen, el
continente Teatra mira hacia África.
Segundo cartelón africano de Alfonso Berridi para la velada africana de Teatra. En la imagen, el pez
África mira a Teatra.
Redacción de Teatra sedente durante el acto, vestidos de negro, y tocados con fez rojo, como un grupo de
conspiradores del Istiklal turco. (De izq. a dcha.): Vizcaíno, Armada, García May, Vallejo, Caballero y
Rojo.
Lourdes Ortiz, madrina y oradora del acto, reclinada sobre el piano en el que tocara Federico Gá Lorca,
se dirige a la concurrencia, ante la atenta mirada de la redacción de Teatra.
Redacción de Teatra durante el acto, con busto de Federico García Lorca, al fondo.
Lourdes Ortiz lee su texto -"Sed realistas, pedid lo imposible"- durante la presentación de Teatra en la
Residencia de Estudiantes. A la derecha, J. A. Vizcaíno, director de Teatra.
Teatra escucha sentada las palabras de Lourdes Ortiz. De izq. a dcha.: Gá May, Vallejo, Caballero y
Rojo.
Presentación de Teatra junto al piano de Federico García Lorca. Lourdes Ortiz -de espaldas- dirigiéndose
a los asistentes.
Merienda negra servida al público de la presentación del número africano de Teatra.
Tarta decorada con el logotipo africano de la revista en chocolate, servida en el ágape.
Leopoldo Alas y Lourdes Ortiz -presentadora del acto- en plena velada teatraria.
Angel S. Harguindey, periodista del diario El País, con J.A. Vizcaíno.
Alfonso Armada departe con el escultor y dibujante Rodrigo.
Juan Antonio Vizcaíno saluda al coreógrafo Arnold Taraborrelli.
Ernesto Caballero charlando con el director de la Sala Pradillo, Juan Muñoz. Al fondo, la actriz Maruchi
León.
Juan Antonio Vizcaíno con Anne Zeller, tras el acto de presentación.
Tarjeta de presentación de Teatra 9
La presentación del nuevo número de Teatra en la Residencia de Estudiantes, fue para la revista como alcanzar la Meca soñada de las presentaciones. La colina de los chopos juanramoniana, aquella tarde relució como un monte Ararat para Teatra.
Y no sólo porque allí residieran -mientras eran estudiantes- los tres grandes modernos de la Generación del 27, Lorca, Buñuel y Dalí; sino porque la Residencia seguía siendo un símbolo del progreso del conocimiento en España.
En sus años dorados (1925-1936, y bajo la dirección de Alberto Jiménez Fraud,) por los salones y laboratorios de la Residencia desfilaron y disertaron: Albert Einstein, Paul Valéry, Marie Curie, Igor Stravinsky, Walter Gropius, Henri Bergson y Le Corbusier; lo más brillante y revolucionario que en la ciencia y en el Arte entonces existía. Que Teatra renovara sus votos de modernidad en un recinto casi sagrado para la Cultura española, no era sino una suerte de orgullo personal y un aroma de consolidación artística.
Una vez más Lourdes Ortiz fue la presentadora del acto, demostrando su extrema generosidad con la revista, a través de las palabras que en tan noble recinto le dedicara. Abría su texto desenterrando el lema "Sed realistas, pedid lo imposible", para animar a Teatra y a todos los allí congregados, a seguir luchando por las utopías, auténtico fuego del arte. Tras este nuevo emparejamiento ceremonial, Lourdes fue nombrada Madrina vitalicia de Teatra.
La presentación se realizó junto al mismo piano de cola que en tiempos tocara Lorca en esa misma sala; su busto estaba presente, alumbrando el escenario efímero de Teatra.
Como el número que se presentaba estaba dedicado a África, se pidió a los asistentes que acudieran engalanados con estampados salvajes. Por su parte, la redacción de Teatra compareció vestida y enguantada de negro; con Fez rojo, sobre sus cabezas. Tras las palabras de la Madrina-presentadora, Vizcaíno -director de la revista- pronunció solamente dos palabras: "A merendar".
Y comenzó a servirse aquella merienda negra, con tartas decoradas con la silueta de África en chocolate; aceitunas negras (conocidas como Perlas del Guadalquivir); vino moscatel, vino tinto y Coca Cola.
De los muros del Salón Principal de la Residencia de Estudiantes colgaban dos grandes banderolas, pintadas por Alfonso Berridi, con sendos peces rampantes con el perfil cornudo del continente negro.
¿Quedarían los rumores de esa velada de septiembre en la Residencia, enredada con las poéticas voces que allí se pronunciaron antaño?
"Sed realistas, pedid lo imposible". Muchos se carcajean hoy de ese lema. Sueños de desterrados. Fantasmagorías de Peter Pan, dicen. Y, sin embargo, de lo imposible de hoy nace lo nuevo de mañana. Nadie creía en la pervivencia de una revista, peculiar, diferente, crítica, audaz y rompedora elaborada por un grupo de jóvenes que por primera vez en España desde hacía mucho tiempo se atrevían a acercarse al teatro, a vivirlo, a construirlo desde una perspectiva plural, interdisciplinar, mirando atentos hacia otras parcelas de la creación, pendientes de la pintura, la escritura o la música. Y aquí está el número 9 de esa magnífica revista que es TEATRA.
TEATRA nació como un objeto hermoso que acumulaba horas de sueños y de trabajo de esos, hoy ya profesionales, cargados de experiencia, proyectos y realizaciones, que eran entonces estudiantes apasionados, dispuestos a romper con la cerrazón, la pobreza y la ignorancia de gran parte del teatro español de los últimos cincuenta años. Juan Antonio Vizcaíno, Javier Vallejo, Alfonso Armada, Ernesto Caballero, José Andrés Rojo y Juan Manuel Sánchez construyeron aquellos primeros números con el mimo con que el creador se enfrenta a la obra de arte. Los que conocimos y gozamos de aquellos primeros números, números ya de coleccionista, y asistimos a su gestación, añoramos ahora aquellas página diseñadas una a una para elaborar una revista-collage donde texto e imagen se integraban aprovechando las experiencias de la plástica, las vanguardias o el vídeo. ¿Era una revista de teatro? Desde luego. Pero era mucho más. Era una apuesta corrosiva, y que, para muchos, los de siempre, resultaba divertimento inútil, por un teatro que se negaba a seguir permaneciendo al margen de los grandes cambios que se estaban produciendo en todas las otras formas de expresión artística. Era una revista de teatro que nacía con voluntad de integración global, como global y rica era la formación de aquellos jóvenes que se enfrentaban al proyecto. Y cada número de aquellos era, al final de tan minuciosa elaboración, un objeto artístico, tras horas y horas de atención y cuido, de selección, rechazo y búsqueda: una gozada para la vista y para la inteligencia.
Tan radical era la idea y tan difícil, que pocos apostaban por la continuidad de aquel sueño que para los escépticos y los que temen que alguien vuelva a demostrar que el teatro no es sólo trapicheo, subvención, comercio, abulia para aburrir o aletargar al público, era sólo pérdida de tiempo, juego de niños sin sentido ni proyección posible.
Pero TEATRA se mantuvo gracias al esfuerzo y a la pasión cabezona de sus creadores y supo en un momento determinado transformarse sin defraudarnos. Los que amábamos aquella primera etapa temíamos que los años, el tiempo, la necesidad de encontrar un público más amplio y nuevos lectores, el paso a la impresión para aumentar la tirada y la difusión, la pérdida del aura del número hecho a mano, supusiera una renuncia a todos o parte de los planteamientos con que TEATRA había surgido.
Pero ahora está aquí el número 9, que como todos los anteriores ha sabido luchar contra corriente y se ha convertido en una de las revistas más valiosas, rigurosas y bellas que pueden encontrarse en el panorama cultural español, y no sólo teatral. Otros colaboradores se han sumado. Se ha abierto la publicación a nuevas firmas, pero se sigue manteniendo ese control de calidad, esa obsesión por no perder el tino, no dejarse llevar por lo evidente, por lo fácil o lo que impone la inercia de un teatro cortesano y muerto y una profesión que se niega a despertarse. Espléndida revista que aúna la escritura y la ilustración, que está al tanto de lo que se produce en otros capos de la novela, de la poesía, de la pintura o de la música. Estos últimos años han aparecido muchas nuevas revistas, algunas lujosas, otras menos, pero pocas, o casi ninguna, han mantenido esa coherencia de proyecto. TEATRA es una revista de un grupo de jóvenes, hoy ya en su madurez como creadores y hombres de teatro que se mantiene fiel a la idea original y que se sigue construyendo fundamentalmente a partir de los trabajos y de las ideas del grupo que la hizo nacer. La mayoría de las revistas de literatura, cine o teatro surgen desde un dinero, una subvención o un proyecto de una o dos personas y casi todas llenan sus páginas a salto de mata, recurriendo una y otra vez a las mismas firmas, a los mismos tópicos y, prácticamente, a los mismos planteamientos. Pocos son capaces de mantenerse con coherencia de grupo y resistir ampliaciones o ayudas sin plegarse y modificar su línea, sus contenidos y sus propósitos.
TEATRA lo ha conseguido. El sueño de África es la nostalgia de unas raíces, mito del buen salvaje que puede aportar savia a una nueva cultura agostada y colonizada, yerma. La mirada hacia el otro, a la inmensidad de las sabanas, al origen, al ritmo, a la danza; es también el descubrimiento del desierto que nos acoge y nos da forma. Somos ese desierto y a partir de él soñamos y, como dice José Andrés Rojo, creamos ficciones para engatusar a la muerte. África es así, en este número, el ámbito infinito de lo imposible, que empieza a ser posible al formularse, el machacón retumbar del tan-tán que puede desperezarnos; África es la presencia en nuestro imaginario de la infancia primigenia donde se gestan los deseos como proyecciones mudas en un ciclorama de arenas movedizas y largos y rojos atardeceres. Por eso, Teatra acude a África, la reinventa para nosotros, y de esa invención surgen textos, canciones, poesías. Y teatro.
Y es justo que una revista de estas características, que es una tarea intelectual, una linterna -la metáfora es torpe, pero es la más certera- en ese sombrío panorama del teatro español en los noventa, se presente hoy aquí, en esta Residencia de Estudiantes que fue lugar de acogida de lo más vivo de la creación española en los años treinta. Aquí se fraguaron las vanguardias; bajo estas paredes, Lorca pensaba un teatro distinto y compartía sus delirios y sus sueños con Dalí o Buñuel. No era entonces el teatro, el hijo tonto o el hijo pobre, ignorante y desatendido, sino una forma más de expresión rica y vigorosa, arte también, eso que con el tiempo, con la guerra y la desidia posterior se ha ido olvidando.
Damos las gracias a la Residencia por entender que el teatro debe volver a ser lo que era y admitir a TEATRA en esta sala, tras comprender que está ahí, en este grupo de jóvenes escritores, directores y actores, y en otros muchos que se encuentran cerca de la nueva vía de un teatro posible que ya se está haciendo y que sigue chocando día tras día con el desinterés, la inercia, el coto cerrado o la envidia de una profesión tristemente gastada y un público al que se le siguen echando cacahuetes para que los mastique y se distraiga.
La escritora Lourdes Ortiz presentó el jueves en la Residencia de Estudiantes el número 9 de la revista Teatra, dedicado a África. La Publicación, que comenzó su andadura hace siete años, ha representado "una ruptura con la cerrazón, la ignorancia y la pobreza de gran parte del teatro español de los últimos 50 años".
Lourdes Ortiz habló de la "coherencia del proyecto" y dividió su trayectoria en dos etapas diferentes: "la artesanal" y la "industrial". Los primeros números de Teatra se construyeron "con el mimo con que el creador se enfrenta a la obra de arte" y formulaban "una apuesta corrosiva que para muchos, los de siempre, resultaba divertimento inútil, pero era una apuesta para un teatro que se negaba a permanecer al margen de los grandes cambios que se estaban produciendo en otras formas de expresión".
Con el cambio profundo en el diseño de sus páginas, Teatra podía haber caído en el adocenamiento, pero se mantuvo en sus posiciones al defender "un teatro para vivirlo y construirlo desde una perspectiva plural e interdisciplinar, mirando con atención a otras parcelas de la creación". La oficiante, que se refirió a la revista como "una de las más bellas y rigurosas del panorama cultural", dirigió graves acusaciones al teatro actual, al que calificó de "sombrío, cortesano y muerto".
Cuando la autora valoró el tema monográfico de este nuevo número, señaló que "África es el ámbito infinito de lo imposible que empieza a ser posible al formularse".